sábado, 17 de diciembre de 2011

San Vicente de Maluca, esqueleto de piedra.

El templo de San Vicente, en el despoblado de Maluca, se desmorona a la sombra del centenario tejo sagrado.

En el entorno de los monasterios de San Pedro de Arlanza y Santo Domingo de Silos, hay un pequeño valle recorrido por el río Velarroyo, el cual se une al río Arlanza en la vecina Lerma. Próximo a su cabecera, se encuentra el despoblado de Maluca (Burgos). Aunque lo único que allí subsiste, son las ruinas del templo románico de San Vicente, convertido en ermita del cercano lugar de Cebrecos.
Para llegar hasta dicho enclave, es preciso acercarse a Cebrecos y preguntar a sus vecinos. Hubimos de interrogar, sucesivamente, a dos de ellos, quienes inicialmente respondieron a nuestra interrogación con otra:

Una señora, a la entrada del pueblo:
-Por favor, para llegar hasta la ermita de San Vicente, ¿por dónde podemos ir?
-¿Es que vienen para arreglarla?

Un anciano señor, al otro extremo del lugar:
-¿Por aquí vamos bien para la ermita de San Vicente?
-¿Les mandan para repararla?  

Se trata de un curioso ejemplar románico, arcaizante, con ábside recto de tradición visigoda, construido con la vieja técnica del encofrado de cal y canto.

¿Nos confundían con ingenieros de la Junta de Castilla-León, o simplemente expresaban su amargura por el estado del templo? No obstante, después de tan sorprendentes preguntas, puramente retóricas y con un punto de socarronería, ambos vecinos se apresuraron a indicarnos amablemente el camino rural que debíamos tomar, su pertinente bifurcación, la fuente donde aparcar el coche, la loma que debíamos ascender, y la desviación que no debíamos tomar...
Tras tomar la desviación que no era, y tener que retroceder, por fin lo encontramos, sobre una loma entre campos arados, medio oculto en un bosquecillo de encinas, a la sombra del centenario tejo sagrado. Tendido al sol y las nieves de Castilla, el esqueleto del viejo templo se desmorona un poco con cada estación, resignado, en espera de regresar al polvo del que nació, y del misericordioso olvido de la humanidad que lo abandonó.

La portada, junto con los canes, son los únicos elementos en piedra tallada, con una sencillez no exenta de simple belleza.

Esta comarca, de pequeños valles, estrechos cañones, y colinas poco elevadas, estuvo relativamente poblada en la antigüedad, sus castros celtíberos conocieron una ocupación importante durante el bajo imperio romano, cuando fueron incluidos en una red viaria, norte-sur, que potenció el trasiego comercial.
Durante el periodo visigodo y musulmán, la zona se llenó de pequeños eremitorios, muchos de ellos rupestres, excavados en las laderas rocosas, que al producirse la repoblación castellana fueron sustituidos por monasterios románicos, los cuales pronto alcanzaron merecida fama.
Uno de estos es el cenobio femenino de San Mamés y Santa Columba, en términos del pueblo de Ura, sobre el pintoresco desfiladero del río Mataviejas, en el lugar donde hubo un castro de los celtíberos turmogos, luego fuerte romano, y más tarde fortaleza visigoda.
Con motivo de la repoblación castellana, del s.IX, el lugar se constituyó en capital del Alfoz de Ura, al que pertenecían gran parte de los pueblos vecinos: Covarrubias, Puentedura, Retuerta, Castroceniza, Quintanilla del Agua, Cebrecos y Maluca, entre otros.

El interior del templo, como un esquelto descarnado, presenta toda la triste realidad de una original estructura abocada a desaparecer.

Según el Libro Becerro de Arlanza, en 930, el conde Fernán González recibe un pacto de obediencia de doña Eufrasio, abadesa de San Mamés de Ura. El poderío inicial del Monasterio, se vio ensombrecido y postergado por otros monasterios vecinos, que acabaron por quitarle protagonismo, mermando sus riquezas e influencia.
En 1042 es donado al Monasterio de Arlanza, por Fernando I. No obstante todavía tenía cierta pujanza, pues que aqui salieron monjas para restaurar el Monasterio de Santa Coloma, en el pueblo riojano de igual nombre, cercano a Nájera, al que llevaron reliquias de santa Columba de Sens, copatrona del monasterio burgalés.

En la más pura tradición visigoda, el espacio absidal se constituye como un lugar íntimo, misterioso, prácticamente aislado de la nave por un estrecho vano.

San Mamés de Ura, aparece citado de nuevo hacia 1062, cuando María Fortúniz da al Monasterio de Arlanza sus derechos en Cebrecos y Maluca. Pero, hacia 1152, la villa de Ura y su alfoz, ha sido donada al Monasterio de Silos, aunque sus habitantes continuaron disfrutando el fuero de caballeros, que les correspondía como cabecera de alfoz.
El lugar de Maluca, junto con Cebrecos, perteneció a la Orden de Santiago -no sabemos desde que fecha-, aunque en 1345 estaban en manos del rey Alfonso XI, quien los dio a Fernán Sánchez de Valladolid, el cual los entregó en permuta a Santo Domingo de Silos ese mismo año.
¿Eran estos bienes de procedencia templaria, como el vecino Retuerta, -recordemos que sólo hacía 33 años que la Orden había sido disuelta-, y por eso los santiaguistas se desprendieron de ellos?

La carcoma del tiempo y los elementos van haciendo su despiadada labor, arruinadas las cubiertas sus cornisas van cayendo y arrastran los canes del alero.

Mediado el s.XIX, Madoz cita el lugar de Maluca como despoblado: "desp., en la provincia de Burgos, partido judicial de Lerma; su término redondo pertenece a los puebos de Nebreda y Cebrecos, teniendo este último la jurisd.; en él no existe mas que la iglesia, que demuestra ser de mucha antigüedad; a la cual concurren en letanía los dos pueblos..." (Madoz, Diccionario, 1845-1850).
En el templo, de una sola nave y cabecera recta, únicamente los vanos, arcos y cornisas, se trabajaron con piedra tallada, el resto destaca por su curiosa forma constructiva, a base de encofrado de cal y canto, sistema habitual en tierras de Soria y Segovia, pero raramente utilizado en las comarcas burgalesas, tan sólo en Maluca, y en dos ermitas de Quintanilla del Agua y Mercadillo. La técnica consistía en realizar un encofrado, relleno de piedra y cascajo mezclado con mortero, el cual se revestía de otra fina capa de mortero, cubierta con cal, que se pintaba para embellecer los muros. Un sistema más barato que el de sillares tallados, y casi tan resistente como aquel. 
  
Algunas piezas del alero, se mantienen en un equilibrio imposible, en espera del próximo golpe de viento que las derribe para siempre.

Este edificio se puede datar a mediados del s.XII, y su ornamentación es muy sencilla, en la portada una arquivolta de botones florales, y en las jambas arista abocelada. Los canes se alternan, frutos, cabezas humanas  y animales, en los pocos originales que subsisten, lisos los sustitutos de época indeterminada.
Las opiniones están divididas, sobre si la pila románica, adornada con tallos vegetales y arquerías, conservada en la parroquial de Cebrecos, procede de Maluca, aunque es muy probable.
En la actualidad, el templo está completamente abandonado a su ruina, y abocado a la desaparición, con la bóveda de la nave caída al suelo, aunque el enigmático ábside conserva la suya. Los vecinos han realizado labores de limpieza, extrayendo los escombros, pero eso no evita que diversas partes de la ruina, como cornisas y canes, continúen cayendo al suelo.

Del muro norte se desprenden, poco a poco, los escasos canes labrados que todavía quedan en el templo.

Entre sus descarnados muros, todavía parecen escucharse las estrofas que los romeros cantaban el Domingo de Resurrección, en honor de las divinidades judeo-cristianas, pero que a nosotros nos recuerdan cánticos de la Antigua Religión, en honor del renacimiento de Atis y otros viejos dioses, como anuncio de la regeneración primaveral.

"Esta noche han florecido
flores, rosas y claveles,
así florezca, señores,
la gracia entre las mujeres.
Esta noche han florecido
muchas flores en los montes,
así florezca, señores,
la gracia en todos los hombres".

Un canecillo, representando un fruto, símbolo de regeneración vital, yace sobre el suelo, como una amarga metáfora sobre el destino de este templo...

A quien corresponda: Dese prisa en remediar este abandono, este cruel olvido, antes que, a manos del tiempo y los saqueadores, desaparezca del todo esta pequeña joya del románico burgalés, muestra de la rica historia castellana en tiempos de la repoblación. En caso contario, vaya usted condenado a picota y cepo, en cualquiera de las muchas picotas que todavía abundan por estas tierras burgalesas, aherrojado de pies y manos, hasta que su señoría caiga también en el abandono y el olvido.

Salud y fraternidad. 

1 comentario:

juancar347 dijo...

Como siempre, una brillante exposición, en la que al menos certifico su primera parte, referida a la socarronería de los vecinos que, antes de indicarnos socarronamente la dirección que habíamos de seguir para llegar a esta curiosa ermita en ruinas, nos preguntaban si es que acaso la íbamos a restaurar. Independientemente de los extraordinarios datos históricos aquí aportados y de lo poco que queda en la actualidad para poder sacar adecuadas conclusiones y tener la posibilidad, también, de dejarse llevar por comparaciones, insisto en la curiosidad de su portada. Un abrazo